CÉSAR VALLEJO: "PACO YUNQUE" (CUENTO)
Cuando Paco Yunque y su madre llegaron a la puerta del colegio, los
niños estaban jugando en el patio. La madre le dejó y se fue. Paco, paso a
paso, fue adelantándose al centro del patio,
con su libro primero, su cuaderno
y su lápiz. Paco estaba con miedo, porque era la primera vez que venía a un
colegio y porque nunca había visto a tantos niños juntos.
Varios alumnos, pequeños como él, se le acercaron y Paco, cada vez más tímido se pegó a la pared, y se
puso colorado. ¡Qué listos eran todos esos chicos! Como si estuvieran en su
casa. Gritaban. Corrían. Reían hasta reventar. Saltaban. Se daban de puñetazos.
Eso era un enredo.
Paco estaba también atolondrado porque en el campo no oyó nunca sonar
tantas voces de personas a la vez. En el campo hablaba primero uno, después
otro, después otro y después otro. A veces, oyó
hablar hasta cuatro o cinco personas juntas. Era su padre, su madre y
don José, el cojo Anselmo y la Tomasa. Eso no era ya voz de personas, sino otro
ruido, muy diferente. Y ahora sí que
esto del colegio era una bulla fuerte, de muchos. Paco estaba asordado.
Un niño rubio y gordo, vestido de blanco, le estaba hablando. Otro niño,
más chico, medio ronco y con blusa azul, también la hablaba. De diversos grupos se separaban los alumnos y venían a
ver a Paco. Haciéndole muchas preguntas. Pero Paco no podía oír nada por la
gritería de los demás. Un niño trigueño, cara redonda y con una chaqueta verde
muy ceñida en la cintura, agarró a Paco por un brazo y quiso arrastrarlo. Pero
Paco no se dejó. El trigueño volvió a agarrarlo con más fuerza y lo jaló. Paco
se pegó más a la pared y se puso más colorado.
En ese momento sonó la campana, y todos entraron a los salones de clase.
Dos niños – los hermanos Zumiga – tomaron de una y otra mano a Paco y le
condujeron a la sala de primer año. Paco no quiso seguirlos al principio, pero
luego obedeció, porque vio que todos hacían lo mismo. Al entrar al salón se
puso pálido. Todo quedó repentinamente en silencio y este silencio le dio miedo
a Paco. Los Zumiga le estaban jalando, el uno para un lado y el otro para el
otro lado, cuando de pronto le soltaron y lo dejaron solo.
El profesor entró. Todos los niños estaban de pie, con la mano derecha
levantada a la altura de la sien, saludando en silencio muy erguidos..
Paco sin soltar su libro, su cuaderno y su lápiz, se había quedado
parado en medio del salón, entre las primeras carpetas de los alumnos y el
pupitre del profesor. Un remolino se le hacía la cabeza. Niños. Paredes
amarillas. Grupos de niños. Vocerío. Silencio. Una tracalada de sillas. El
profesor. Ahí, solo, parado, en el colegio. Quería llorar. El profesor le tomó de la mano y lo llevó a
instalar en una de las carpetas delanteras junto a un niño de su mismo tamaño.
El profesor le preguntó:
- ¿Cómo se llama usted?
Con voz temblorosa, Paco muy bajito:
- Paco.
¿Y su apellido? Diga usted todo
su nombre:
- Paco Yunque.
- Muy bien.
El profesor volvió a su pupitre y, después de echar una mirada muy seria
sobre todo los alumnos, dijo con voz de militar:
- ¡Siéntense!
Un traqueteo de carpetas y todos los alumnos estaban sentados.
El profesor también se sentó y durante unos momentos escribió en unos
libros. Paco Yunque tenía aún en la mano su libro, su cuaderno y su lápiz. Su
compañero de carpeta le dijo:
- Pon tus cosas, como yo, en la carpeta.
Paco seco seguía muy aturdido y no le hizo caso. Su compañero le quitó
entonces sus libros y los puso en la carpeta. También le dijo alegremente:
-Yo también me llamo Paco, Paco Fariña. No tengas pena. Vamos a jugar
con mi tablero. Tiene torres negras. Me lo ha comprado mi tía Susana. ¿Dónde
esta tu familia, la tuya?
Paco Yunque no respondía nada. Ese otro Paco le molestaba. Como éste era
seguramente todos los demás niños: habladores, contentos y no les daba miedo el
colegio. ¿Por qué eran así? Y él, Paco Yunque, ¿por qué tenía tanto miedo? Miraba a hurtadillas al profesor, al pupitre,
al muro que había detrás del profesor y al techo. También miró de reojo, a
través de las ventanas, al patio. Que estaba ahora abandonado y en silencio. El
sol brillaba afuera. De cuando en cuando, llegaban voces de otros salones de clase
y ruidos de carretas que pasaban por la calle.
¡Qué cosa extraña era estar en el colegio! Paco Yunque empezaba a volver
un poco de su aturdimiento. Pensó en su casa y en su mamá. Le preguntó a Paco
Fariña:
-¿A qué hora nos iremos a nuestras casas?
-A las once. ¿Dónde está tu mamá?
-Por allá.
-¿Está lejos?
-Sí…no.
Paco Yunque no sabía en que calle estaba su casa, porque acababan de
tenerlo, hacía pocos días, del campo y no conocía la ciudad.
Sonaron unos pasos de carrera en el patio, apareció en la puerta del
salón, Humberto, el hijo del señor Dorian Grieve, un inglés, patrón de los
Yunque, gerente de los ferrocarriles de la “Peruvian Corporation” y alcalde
del pueblo. Precisamente a Paco Yunque
le habían hecho venir del campo para que acompañase al colegio a Humberto y
para que jugara con él, pues ambos tenían la misma edad. Sólo que Humberto
acostumbraba venir tarde al colegio y esta vez, por ser la primera, la señora
Grieve le había dicho a la madre de Paco:
-Lleve usted ya a Paco al
colegio. No sirve que llegue tarde el primer día. Desde mañana esperará a que
Humberto se levante y los llevará usted a los dos.
El profesor al ver a Humberto Grieve, le dijo:
-¿Hoy otra vez tarde?
Humberto con gran desenfado, respondió:
-Me he quedado dormido.
-Bueno- dijo el profesor – que
ésta sea la última vez. Pase a sentarse.
Humberto Grieve buscó con la mirada donde estaba Paco Yunque. Al dar con él, se le acercó y le dijo
imperiosamente:
-Ve
a mi carpeta conmigo.
Paco Fariña le dijo a Humberto Grieve:
-No. Porque el señor lo ha puesto aquí.
-¿Y a ti qué te importa? – le increpó Grieve violentamente, arrastrando
a Yunque por un brazo a su carpeta.
-¡Señor! – gritó entonces Fariña -., Grieve se está llevando a Paco
Yunque a su carpeta.
El profesor cesó de escribir y preguntó con voz enérgica:
-¡Vamos a ver! ¡Silencio! ¿Qué pasa ahí?
Fariña volvió a decir:
-Grieve se ha llevado a su carpeta a Paco Yunque.
Humberto Grieve, instalado ya
en su carpeta con Paco Yunque, le dijo
al profesor:
-Sí, señor. Porque Paco Yunque es mi muchacho, Por eso.
El profesor sabía esto perfectamente y le dijo a
Humberto Grieve:
-Muy bien yo lo he colocado con Paco Fariña, para que atienda mejor las
explicaciones. Déjalo que vuelva a su sitio.
Todos los alumnos miraban en silencio al profesor, a Humberto Grieve y a
Paco Yunque.
Fariña fue y tomó a Paco Yunque por la mano y quiso volverlo a traer a
su carpeta, pero Grieve tomó a Paco Yunque por el otro brazo y no lo dejó
moverse.
El profesor le dijo otra vez a Grieve:
-Humberto Grieve, colorado de
cólera, dijo:
-No señor. Yo quiero que Yunque se quede conmigo.
-Déjalo, le he dicho.
-No señor.
-¿Cómo?
-No.
El profesor estaba indignado y repetía, amenazador:
-¡Grieve! ¡Grieve!
Humberto Grieve tenía los ojos bajos y sujetaba fuertemente por el brazo
a Paco Yunque, el cual estaba aturdido y se dejaba jalar como un trapo por
Fariña y por Grieve. Paco Yunque tenía
ahora más miedo a Humberto Grieve que al profesor, que a todos los demás niños
y que el colegio entero. ¿Por qué Paco Yunque le tenía miedo a Humberto Grieve?
¿Por qué este Humberto Grieve solía pegarle a Paco Yunque?
El profesor se acercó a Paco Yunque, le tomó del brazo y le condujo a
la carpeta de Fariña. Grieve se puso a
llorar, pataleando furiosamente su banco.
De nuevo se oyeron pasos en el patio y otro alumno, Antonio Gesdres, -
hijo de un albañil – a pareció a la
puerta del salón. El profesor le dijo:
-¿Por qué llega usted tarde?
-Porque fui a comprar pan para el desayuno.
-¿Y por qué no fue usted más temprano?
-Porque estuve alzando a mi hermanito y mamá está enferma y papá se fue a su trabajo.
Bueno – dijo el profesor, muy serio.
Párese ahí… Y, además tiene usted una hora de reclusión.
Le señaló un rincón, cerca de la pizarra de ejercicios.
Paco Fariña, se levantó entonces y dijo:
-Grieve también ha llegado tarde, señor.
-Miente señor, - respondió rápidamente Humberto Grieve.
-No he llegado tarde.
Todos los alumnos dijeron en coro:
-¡Sí, señor!, ¡Sí, señor” ¡Grieve ha llegado tarde!
-¡Pish! ¡Silencio! – dijo malhumorado
el profesor y todos los niños se callaron.
El profesor se paseaba pensativo.
Fariña le decía a Yunque en secreto:
-Grieve ha llegado tarde y no lo castigan. Porque su papá tiene plata.
Todos los días llega tarde. ¿Tú vives en su casa? ¿Cierto que eres su muchacho?
-Yo vivo con mi mamá…
-¿En la casa de Humberto Grieve?
-Es una casa muy bonita. Ahí está la patrona y el patrón. Ahí está mi
mamá. Yo estoy con mi mamá.
Humberto Grieve, desde su banco del otro lado del salón, miraba con
cólera a Paco Yunque y le enseñaba los
puños porque se dejó llevar a la carpeta de Paco Fariña.
Paco Yunque no sabía qué hacer. Le pegaría otra vez el niño Humberto,
porque no se quedó con él, en su carpeta. Cuando saldrían del colegio, el niño
Humberto le daría un empujón en el pecho
y una pata en la pierna. El niño Humberto era malo y pegaba pronto, a cada rato.
En la calle. En el corredor también. Y en la escalera. Y también en la cocina,
delante de su mamá y delante de su patrona. Ahora le va a pegar, porque le
estaba enseñando los puños y le miraba con ojos blancos. Yunque le dijo a Fariña:
-Me voy a la carpeta del niño Humberto.
-Y Paco Fariña le decía:
-No vayas. No seas zonzo. El señor te va a castigar.
Fariña volteó a ver a Grieve y éste, Grieve, le enseñó también a él los
puños, refunfuñando no sé qué cosas, a
escondidas del profesor.
-¡Señor! –gritó-. Ahí, ese Grieve, me está enseñando los puños.
El profesor dijo:
-¡Psc! ¡Psc! ¡Silencio!... ¡Vamos a ver!...Vamos a hablar hoy de los
peces, y después, vamos a hacer un ejercicio escrito en una hoja de los
cuadernos, y después me los dan para verlos. Quiero ver quién hace mejor el
ejercicio, para que su nombre sea inscrito en el Cuaderno de Honor del Colegio, como el mejor
alumno del primer año. ¿Me han oído bien? Vamos a hacer lo mismo que hicimos la
semana pasada. Exactamente lo mismo. Hay que atender bien la clase. Hay que
copiar bien el ejercicio que voy a escribir después en la pizarra. ¿Me han
entendido bien?
Los alumnos respondieron en coro:
-Sí, señor.
-Muy bien…-dijo el profesor-. Vamos a ver. Vamos a hablar ahora de los
peces.
Varios niños quisieron hablar.
El profesor le dijo a uno de los Zumiga que hablase.
-Señor –dijo Zumiga-. Había en la
playa mucha arena. Un día nos metimos
entre la arena y encontramos un medio vivo y lo llevamos a mi casa. Pero se
murió en el camino…
Humberto Grieve dijo:
-Señor, yo he cogido muchos peces y los he llevado a mi casa y los he
soltado en mi salón y no se mueren nunca.
El profesor preguntó:
-Pero…¿los deja usted en alguna vasija con agua?
-No, señor. Están sueltos, entre los muebles.
Todos los niños se echaron a reír.
Un chico, flacucho y pálido, dijo:
-Mentira, señor. Porque el pez se muere de pronto, cuando lo sacan del
agua.
-No, señor –decía Humberto Grieve-. Porque en mi salón no se mueren.
Porque mi salón es muy elegante. Porque mi papá
me dijo que trajera peces y que
podía dejarlos sueltos entre las sillas.
Paco Fariña se moría de risa. Los
Zumiga también.
El chico rubio y gordo, de chaqueta blanca, y el otro de cara redonda y
chaqueta verde, se reían ruidosamente. ¡Qué Grieve tan divertido! ¡Los peces en
su salón! ¡Entre los muebles! ¡Cómo si
fueran pájaros! Era una gran mentira lo que contaba Grieve. Todos los chicos
exclamaban a la vez, reventando de risa.
-Ja! Ja! Ja! Ja! Ja! ¡Miente,
señor! Ja! Ja! Ja! ¡Mentira! ¡Mentira!
Humberto Grieve se enojó porque no le creían lo que contaba. Todos se
burlaban de lo que había dicho. Pero
recordaba que trajo dos peces pequeños a su casa y los soltó en su salón
y ahí estuvieron muchos días. Los movió y se movían. No estaba seguro si
vivieron muchos días o murieron pronto. Grieve, de todos modos, quería que le
creyeran lo que decía. En medio de las risas de todos; le dijo a uno de los
Zúmiga:
-¡Claro! Porque mi papá tiene mucha plata. Y me dicho que va a
hacer llevar a mi casa a todos los peces
del mar. Para mí. Para que juegue con ellos en mi salón grande.
El profesor dijo en alta voz:
-¡Bueno! ¡Bueno! ¡Silencio! Grieve no se acuerda bien, seguramente.
Porque los peces mueren cuando…
Los niños añadieron a coro:
-…Se les saca del agua.
-Eso es – dijo el profesor.
El niño flacucho y pálido dijo:
-Porque los peces tienen sus mamás en el agua y sacándolos, se quedan,
se quedan sin mamá.
-!No, no, no! –dijo el profesor-. Los peces mueren fuera del agua,
porque no pueden respirar. Ellos toman el aire que hay en el agua, y cuando
salen, no pueden absorber el aire que hay afuera.
-Porque ya están como muertos –dijo un niño.
Humberto Grieve dijo:
-Mi papá puede darles aire en mi casa, porque tiene bastante plata para comprar todo.
El chico vestido de verde dijo:
-Mi papá también tiene plata.
-Mi papá también –dijo otro chico.
Todos los niños dijeron que sus papás tenían mucho dinero. Paco Yunque no decía nada y estaba pensando
en los peces que morían fuera del agua.
Fariña le dijo a Paco Yunque:
-Y tú, ¿tu papá no tiene plata?
Paco Yunque reflexionó y se acordó haberle visto una vez a su mamá con
unas pesetas en la mano. Yunque dijo a Fariña:
-Mi mamá tiene también mucha plata.
-¿Cuánto? – le preguntó Fariña.
-Como cuatro pesetas.
Paco Fariña dijo al profesor en
alta voz:
-Paco Yunque dice que su mamá tiene
también mucha
plata.
-¡Mentira, señor! –respondió Humberto Grieve-. Paco yunque miente, porque
su mamá es la sirvienta de mi mamá y no tiene nada.
El profesor tomó la tiza y escribió en la pizarra, dando la espalda a
los niños.
Humberto Grieve, aprovechando de que no le veía el profesor, dio un
salto y le jalo de los pelos a Yunque, volviéndose a la carrera a su carpeta.
Yunque se puso a llorar.
-¿Qué es eso? –dijo el profesor, volviéndose a ver lo que pasaba.
Paco Fariña dijo:
-Grieve le ha tirado de los pelos, señor.
-No, señor –dijo Grieve-. Yo no he sido. Yo no he movido de mi sitio.
-¡Bueno, bueno¡ -dijo el profesor -. ¡Silencio¡ ¡Cállese Paco Yunque¡
¡Silencio¡
Siguió escribiendo en la pizarra;
y después preguntó a Grieve:
-Si se le saca del agua, ¿qué sucede con el pez?
-Va a vivir en mi salón –comentó Grieve.
Otra vez se reían de Grieve los niños. Este Grieve no sabía nada. No
pensaba más que en su casa y en su salón
y en su papá y en su plata. Siempre estaba diciendo tonterías.
-Vamos a ver, usted Paco Yunque
–dijo el profesor-. ¿Qué pasa con el pez, si se le saca del agua?
Paco Yunque, medio llorando todavía por el jalón de los pelos que le dio
Grieve, repitió de una tirada lo que dijo el profesor:
-Los peces mueren fuera del agua porque les falta aire.
-¡Eso es¡ -decía el profesor-. Muy bien.
Volvió a escribir en la pizarra.
Humberto Grieve aprovechó otra vez de que no podía
verle el profesor y fue a darle
un puñetazo a Paco Fariña en la boca y regresó
de un salto a su carpeta. Fariña, en vez de llorar como Paco
Yunque, dijo a grandes voces al
profesor:
-¡Señor! ¡Acaba de pegarme Humberto Grieve!
-¡Sí, señor! ¡Sí, señor! –decían todos los niños a la vez.
Una bulla tremenda había en el
salón.
El profesor dio un puñetazo en su pupitre y dijo:
-¡Silencio!
El salón se sumió en un silencio completo y cada alumno estaba en su
carpeta, serio y derecho, mirando ansiosamente al profesor. ¡Las cosas de este
Humberto Grieve! ¡Ya ven lo que estaba
pasando por su cuenta! ¡Ahora habrá que ver lo que va a hacer el profesor, que
estaba colorado de cólera! ¡Y todo por culpa de Humberto Grieve!
-¿Qué desorden era ése? –preguntó el profesor a Paco Fariña.
Paco Fariña, con los ojos brillantes de rabia, decía:
-Humberto Grieve me ha pegado un puñetazo en la cara, sin que yo le haga
nada.
-¿Verdad, Grieve?
-No, señor –dijo Humberto
Grieve-. Yo no le pegado.
El profesor miró a todos los alumnos sin saber a qué atenerse ¿Quién de
los dos decía la verdad? ¿Fariña o Grieve?
-¿Quién lo ha visto? –preguntó el profesor a Fariña.
-Todos, señor! Paco Yunque
también lo ha visto.
-¿Es verdad lo que dice Paco Fariña? –le preguntó el profesor a Yunque.
Paco Yunque miró a Humberto Grieve y no se atrevió a responder, porque si decía sí, el niño
Humberto le pegaría a la salida. Yunque no dijo nada y bajó la cabeza.
Fariña dijo:
-Yunque no dice nada, señor, porque Humberto Grieve le pega, porque es
su muchacho y vive en su casa.
El profesor preguntó a los otros alumnos:
-Quién otro ha visto lo que dice Fariña?
-¡Yo, señor! ¡Yo, señor! ¡Yo, señor!
El profesor volvió a preguntar a Grieve:
-¿Entonces, es cierto, Grieve , que le ha pegado a Fariña?
-¡No, señor! Yo no le he pegado
-Cuidado con mentir Grieve. ¡Un niño decente como usted, no debe mentir!
¡No, señor! Yo no le he pegado.
-Bueno. Yo creo en lo que dice usted. Yo sé que usted no miente nunca.
Bueno. Pero tenga usted mucho cuidado en adelante.
El profesor se puso a pasear, pensativo, y todos los alumnos seguían
circunspectos y derechos en sus bancos.
El profesor le oyó y se plantó enojado delante de Fariña y le
dijo en alta voz
-¿Qué está usted diciendo? Humberto Grieve es un buen alumno. No miente
nunca. No molesta a nadie. Por eso no le castigo. Aquí todos los niños son
iguales, los hijos de los ricos y losa hijos de los pobres. Yo los castigo
aunque sean los hijos de los ricos. Como
usted vuelva a decir lo que está diciendo del padre de Grieve, le pondré
dos horas de reclusión. ¿Me ha oído
usted?
Paco Fariña estaba agachado. Paco Yunque también. Los dos sabían que era
Humberto Grieve quien les había pegado y que era un gran mentiroso.
El profesor fue a la pizarra y siguió escribiendo.
-¿Por qué no le dijiste al señor
que me ha pegado Humberto Grieve?
-Porque el niño Humberto me pega.
-Y ¿Por qué no se lo dices a tu mamá?
-Porque si le digo a mi mamá, también me pega y la patrona se enoja.
Mientras el profesor escribía en la pizarra, Humberto se puso a llenar
de dibujos su cuaderno.
Paco Yunque miró al profesor que
escribía en la pizarra. ¿Quién era el profesor?
¿Por qué era tan serio y daba tanto miedo? Yunque seguía mirándolo. No
era el profesor igual a su papá ni al
señor Grieve. Más bien se parecía a otros señores que venían a la casa y hablan
con el patrón. Tenía un pescuezo colorado y su nariz parecía moco de pavo. Sus
zapatos hacían rissss-rissss-rissss, cuando caminaba mucho.
Yunque empezó a fastidiarse. ¿A qué hora se iría a su casa? Pero el niño
Humberto le iba a pegar a la salida del colegio
Y la mamá de Paco Yunque le diría
al niño Humberto: “No, niño. No le pegue
usted a Paquito. No sea tan malo”. Y nada más le diría. Pero Paco tendría
colorado la pierna de la patada del niño Humberto. Y Paco se pondría a llorar.
Porque al niño Humberto nadie le hacía
nada. Y porque el patrón y la patrona le querían mucho al niño Humberto,
y Paco Yunque tenía pena porque el niño Humberto le pegaba mucho.
Todos, todos, todos le tenían miedo al niño Humberto y a sus papás. Todos.
Todos. Todos.. El profesor también. La cocinera, su hija. La mamá de Paco. El
Venancio con su mandil. La María que lava las bacinicas. Quebró ayer una
bacinica en tres pedazos grandes. ¿Le pegaría también el patrón al papá de Paco
Yunque? Qué cosa fea era esto del patrón
y del niño Humberto. Paco Yunque quería llorar. ¿A qué hora acabaría de
escribir el profesor en la pizarra?
-¡Bueno! –dijo el profesor, cesando de escribir – ahí está el ejercicio
escrito. Ahora, todos sacan sus cuadernos y espían lo que hay en la pizarra.
Hay que espiarlo completamente igual.
-¿En nuestros cuadernos? – pregunto tímidamente Paco Yunque.
-Sí, en sus cuadernos –le respondió el profesor-. ¿Usted sabe
escribir un poco?
-Sí, señor. Porque mi papá me enseñó en el campo.
-Muy bien. Entonces, todos a copiar.
Los niños sacaron sus cuadernos y se pusieron a copiar el ejercicio que
el profesor había escrito en la pizarra.
-No hay que apurarse –decía el profesor-. Hay que escribir poco a poco,
para no equivocarse.
Humberto Grieve preguntó:
-¿Es, señor, el ejercicio escrito de los peces?
-Sí. A copiar todo el mundo.
El salón se sumió en el silencio. No se oía sino el ruido de los lápices. El profesor se
sentó a su pupitre y también se puso a escribir
en unos libros.
Humberto Grieve, en vez de copiar su ejercicio, se puso otra vez a hacer
dibujos en su cuaderno. Lo llenó completamente de peces, de muñecos y de
cuadraditos.
Al cabo de un rato, el profesor se paró y preguntó:
-¿Ya terminaron?
-Ya, señor -respondieron todos a
la vez..
-Bueno –dijo el profesor-. Pongan al pie sus nombres bien claros.
En ese momento sonó la campana del recreo.
Una gran algazara volvieron a hacer los niños y salieron corriendo al
patio.
Paco Yunque había copiado su ejercicio muy bien y salió y salió al
recreo con su libro, su cuaderno y su
l!piz.
Ya en el patio, vino Humberto Grieve y agarró a Paco Yunque por un
brazo, diciéndole con cólera:
-Ven para jugar al melo.
Lo echó de un empellón al medio
y le hizo derribar su libro su cuaderno
y su lápiz.
Yunque hacía lo que le ordenaba Grieve, pero estaba colorado y
avergonzado de que los otros niños viesen cómo lo zarandeaba el niño Humberto.
Yunque quería llorar.
Paco Fariña, los dos Zumiga y otros niños rodearon a Humberto
Grieve y a Paco Yunque. El niño
flacucho y pálido recogió el libro, el cuaderno y el lápiz de Yunque, pero Humberto
Grieve se los quitó a la fuerza, diciéndole:
-Déjalos! ¡No te metas! Porque Paco Yunque es mi muchacho.
Humberto Grieve llevó al salón de clase cosas de Paco Yunque y se las
guardó en su carpeta. Después, volvió al patio a jugar con Paco Yunque. Le
cogió del pescuezo y le hizo doblar la cintura y ponerse a cuatro manos.
-Estate quieto así –le ordenó imperiosamente-. No te muevas hasta que yo
te diga.
Humberto Grieve se retiró a cierta distancia y desde allí vino corriendo
y dio un salto sobre paco Yunque, apoyando las manos sobre sus espaldas y
dándole una patada feroz en las posaderas. Volvió a retirarse y volvió a saltar
sobre Paco Yunque, dándole otra patada. Mucho rato estuvo así jugando Humberto
Grieve con Paco Yunque. Le dio como veinte saltos y veinte patadas.
De repente se oyó un llanto. Era Yunque que estaba llorando de las
fuertes patadas del niño Humberto. Entonces salió Paco Fariña del ruedo formado
por los otros niños y se plantó ante Grieve , diciéndole:
-¿No! ¡No te dejo que saltes sobre Paco
Yunque!
Humberto Grieve le respondió
amenazándole:
-¡Oye! ¡Oye! ¡Paco Fariña! ¡Paco Fariña! ¡Paco Fariña! ¡Te voy a dar un
puñetazo!
Pero fariña no se movía y estaba tieso delante de Grieve y le decía:
-¡Porque es tu muchacho, le pegas y lo saltas y o haces llorar! ¡Sáltalo
y verás!
Los dos hermanos Zumiga abrazaron a Paco Yunque y le decían que ya no
llorase y le consolaban diciéndole:
-¿Por qué te dejas saltar así y dar de
patadas? ¡Pégale! ¡Sáltale tú también! ¿Por qué te dejas? ¡No seas zonzo!
¡Cállate! ¡Ya no llores! ¡Ya nos vamos a ir a nuestras casas!
Paco Yunque estaba siempre llorando y sus lágrimas parecían ahogarle.
Se formó un tumulto de niños en torno a paco Yunque y otro tumulto en
torno a Humberto Grieve y a Paco Fariña.
Grieve le dio un empellón brutal a Fariña y lo derribó al suelo. Vino un
alumno más grande, del segundo año y defendió a Fariña, dándole a Grieve un
puntapié. Y otro niño del tercer año, más grande que todos, defendió a Grieve dándole una furiosa
trompada al alumno del segundo año. Un buen rato llovieron bofetadas y patadas
entre varios niños. Eso era un enredo.
Sonó la campana y todos los niños volvieron a sus salones de clase.
A Paco Yunque lo llevaron por los brazos los dos hermanos Zumiga.
Una gran gritería había en el salón del primer año; cuando entró el
profesor, todos se callaron.
El profesor miró a todos muy serio y dijo como un militar:
-¡Siéntense!
Un traqueteo de carpetas y todos los alumnos estaban ya sentados.
Entonces el profesor se sentó en su pupitre y llamó por lista a los
niños para que le entregasen sus
cuartillas con los ejercicios escritos sobre
el tema de los peces. A medida que el profesor recibía las hojas de los
cuadernos, las iba leyendo y escribía
las notas en unos libros.
Humberto Grieve se acercó a la carpeta de paco Yunque y le entregó su
libro, su cuaderno y su lápiz. Pero antes había arrancado la hoja del cuaderno
en que estaba el ejercicio de Paco Yunque y puso en ella su firma.
Cuando el profesor dijo: “Humberto Grieve”, Grieve fue y presentó el
ejercicio de Paco Yunque, como si fuese suyo.
Y cuando el profesor dijo: “Paco Yunque”.
Yunque se puso a buscar en su cuaderno la hoja en que escribió su ejercicio y
no la encontró.
-¡La ha perdido usted –le preguntó el profesor- o no la ha hecho usted?
Pero Paco Yunque no sabía lo que se había hecho la hoja de su cuaderno
y, muy avergonzado, se quedó en silencio y bajó la frente.
-Bueno –dijo el profesor-, y anotó en unos libros la falta de Paco Yunque.
Después siguieron los demás entregando sus ejercicios. Cuando el
profesor acabó de verlos todos, entró de repente al salón el Director del
colegio.
El profesor y los niños se pusieron de pie respetuosamente. El Director
miró como enojado a los alumnos y dijo en voz alta:
-¡Siéntense!
El Director le preguntó al profesor:
-¿Ya sabe quién es el mejor alumno de su año? ¿Han hecho el ejercicio
semanal para calificarlos?
-Sí, señor Director –dijo el profesor-. Acaban de hacerlo. La nota más
alta la ha obtenido Humberto Grieve.
-¿Dónde está su ejercicio?
-Aquí está, señor Director.
El profesor buscó entre todas las hojas de los alumnos y encontró el
ejercicio firmado por Humberto Grieve. Se lo dio al Director, que se quedó
viendo largo rato la cuartilla.
-Muy bien –dijo el director, contento.
Subió al pupitre y miró severamente a los alumnos. Después les dijo con
su voz un poco ronca pero enérgica:
-De todos los ejercicios que ustedes han hecho, ahora, el mejor es el de
Humberto Grieve. Así es que el nombre de este niño va a ser inscrito en el
Cuadro de Honor de esta semana, como el mejor alumno del primer año. Salga
afuera Humberto Grieve.
Todos los niños miraron ansiosamente a Humberto Grieve, que salió
pavoneándose a pararse muy derecho y
orgulloso delante del pupitre del profesor. El director le dio la mano, diciéndole:
-Muy bien, Humberto Grieve. Lo felicito. Así deben ser los niños. Muy
bien.
Se volvió el director a los demás alumnos y les dijo:
-Todos ustedes deben hacer lo
mismo que Humberto Grieve. Deben ser buenos alumnos como él. Deben estudiar y
ser aplicados como él. Deben ser serios, formales y buenos niños como él. Y si
así lo hacen, recibirá cada uno un premio al fin del año y sus nombres serán
también inscritos en el Cuadro de Honor del colegio, como el de Humberto
Grieve. A ver si la semana que viene, hay otro alumno que dé una buena clase y
haga un buen ejercicio, como el que ha hecho hoy Humberto Grieve. Así lo
espero.
Se quedó el director callado un rato. Todos los alumnos estaban pensativos
y miraban a Humberto Grieve con
admiración. ¡Qué rico Grieve! ¡Qué buen ejercicio ha escrito! ¡Ese sí que era
bueno! ¡Era el mejor alumno de todos! ¡Llegando tarde y todo! ¡Y pegándoles a
todos! ¡Pero ya lo estaban viendo! ¡Le había dado la mano al Director! ¡Humberto
Grieve, el mejor de todos los del primer año!
El Director se despidió del profesor, hizo una venia a los alumnos, que
se pararon para despedirlo, y salió.
El profesor dijo después:
-¡Siéntense!
Un traqueteo de carpetas y todos los alumnos estaban ya sentados.
El profesor le ordenó a Grieve: -Váyase a su asiento.
Humberto Grieve, muy alegre, volvió a su carpeta. Al pasar junto a paco
Fariña, le echó la lengua.
El profesor subió a su pupitre y se puso a escribir en unos libros.
Paco Fariña le dijo en voz baja a Paco Yunque:
-Mira al señor, está poniendo tu nombre en su libro, porque nos
presentado tu ejercicio. ¡Míralo! Te va a dejar ahora recluso y no vas a ir a
tu casa. ¿Por qué has roto tu cuaderno? ¿Dónde lo pusiste?
Paco Yunque no contestaba nada y estaba
con la cabeza agachada.
-¡Anda! –le volvió a decir Paco Fariña -. ¿Contesta! ¡Por qué no
contestas? ¿Dónde has dejado tu ejercicio?
Paco Fariña se agachó a mirar la cara de Paco Yunque y le vio que estaba
llorando. Entonces le consoló diciéndole:
-¡Déjalo! ¡No llores! ¡Déjalo! ¡No tengas pena! ¡Vamos a jugar con mi
tablero! ¡Tiene torres negras! ¡Déjalo! ¡Yo te regalo mi tablero! ¡No seas
zonzo! ¡Ya no llores!
Pero Paco Yunque seguía llorando agachado.
VOCABULARIO:
algazara: ruido de muchas voces juntas, que por lo
común nace de alegría
a hurtadillas: sin que nadie lo
note
asordado: ensordecido
atolondrado: aturdido
aturdimiento: perturbación de los sentidos por efecto de un golpe, de un ruido extraordinario.
bacinica: bacín bajo y pequeño.
ceñido: ajustado, apretado
cesó: terminó, concluyó, finalizó.
circunspecto: prudente, sensato, cuerdo
cuartilla: cuarta parte de un pliego de papel
desenfado: desahogo
empellón: empujón fuerte que se da con el cuerpo para sacar de su lugar
imperioso: que manda con exigencia o necesidad
increpar: reprender con severidad y muy duramente
pavonearse: hacerse uno vana ostentación de su gallardía o de
otras prendas, jactarse, vanagloriarse.
posaderas: nalgas
refunfuñar: hablar entre dientes o confusamente, en señal de enojo o disgusto
tracalada: revuelta, muchedumbre de gente
traqueteo: movimiento de una
persona o cosa que se golpea al transportarla.
trigueño: que tiene el color de
trigo, o sea, entre moreno y rubio
tumulto: motín, alboroto, confusión producido por una multitud
vocerío: algarabía, gritería
zarandear: agitar con prisa y
ligereza.
zonzo: tonto, insulso
FRASEOLOGÍA:
de cuando en cuando: de rato en
rato.
reír hasta reventar: reír mucho.
dejarse jalar como un trapo: no
poner resistencia alguna cuando es
jalado.
un remolino se le hacía la cabeza:
aturdirse, confundirse.
estar suelto: estar libre.
estar tieso: permanecer erguido.
se moría de risa: mucha risa
colorado de cólera: con mucha ira,
molesto
voz de militar: voz enérgica
Referencia bibliográfica:
Vallejo, César. (1984). El tungsteno y cuentos. Promoción Editorial Inca S.A. - Peisa.
Dibujo remasterizado por Tricéfalo. Autor: Claudia Oquendo basado en el esbozo de César Vallejo.
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