"El loco de la Sala N° 6"
La desesperación por escribir y escribir
incesantemente: cuentos, obras teatrales, relatos, artículos, ensayos,
crónicas; cual maquina industrial que trabaja día y noche y que está a su vez
al servicio de la burguesía; toda esta angustiosa labor literaria es sin otro
móvil que el de ganar unos cuantos míseros rublos para poder ayudar a su familia
y quizá el presentimiento de una muerte anunciada, como si la vida se le
fuese acabar en un suspiro, puesto que la tuberculosis avanzaba a cada instante en su ya deteriorado cuerpo,
recae en Antón Chéjov.
Rusia atravesaba por un período de dura reacción acentuada
tras el asesinato, en 1881, del zar Alejandro II. Se respiraba un clima de
tensión en el país del crudo invierno. Chéjov planteó una denuncia social a
través de su literatura como un acto de rebeldía ante la severísima censura,
sobre todo, en Moscú.
La casualidad no llega como el nombre lo indica a las
obras de Chéjov. Sus personajes son tomados de la vida real, del marcado
contexto sociocultural en que vivió. Son personajes de clase media baja:
resignados, pobres, angustiosos; que sienten, que palpitan, que respiran. Por
eso no es casualidad que su padre, por ejemplo, un hombre dueño de un carácter duro
y particular; se vea plasmado en algunos de sus cuentos como es en este caso “La sala
número seis”:
-A menudo sueño con
personas inteligentes y que converso con ellas - dice de súbito, interrumpiendo
a Mijaíl Averiánich-. Mi padre me dio una educación excelente y, bajo la
influencia de las ideas de los años sesenta, me obligó a hacerme médico. Me
parece que si entonces no le hubiese hecho caso, ahora me encontraría en el
centro mismo del movimiento intelectual. Posiblemente, figuraría en una
Facultad. Claro que la razón tampoco es eterna, es un fenómeno pasajero.
Es así que en “La sala número seis” plasma el contexto
de una sociedad: el descuido por parte del imperio zarista de los sectores
públicos como es en este caso el de los hospitales. Describe la realidad
punzante cual dolor de hernia y con una pluma en lugar de un bisturí traslada
la enfermedad social a su literatura:
Las paredes están
pintadas de un color azul sucio y el techo se encuentra ennegrecido como una de
esas isbas que carecen de chimenea: se ve que en invierno encienden la estufa y
que ésta despide mucho humo. Las ventanas están protegidas por la parte de
dentro con barrotes de hierro. El suelo es gris y sus tablas abundan en
astillas. Apesta a col agria, a humo de la mecha de la lámpara, a chinches y a
amoníaco, y este olor nauseabundo os produce en el primer momento la impresión
de haber entrado en una jaula de fieras.
En este hospital reina la suciedad, los enfermos están
abandonados a su suerte y como siempre hay gente que se aprovecha de las
circunstancias.
Centrémonos en los personajes. En dicho hospital se
encuentra el doctor Andrei Efímich Raguin, desde hace ya veinte años. El doctor
había tratado en un primer momento en
cambiar la situación del hospital, pero después dióse cuenta que todo
esfuerzo era en vano: “Pero con el tiempo
todo esto acabó por aburrirle con su monotonía y su evidente inutilidad”,
“Además, ¿para qué impedir que la gente se muriese, si la muerte es el final
normal y lógico de cada uno?
Andrei Efímich era un hombre sin carácter, manejable:
Andrei Efímich
profesaba extraordinario amor a la inteligencia y a la honradez, más para
organizar a su alrededor una vida inteligente y honrada le faltaban carácter y
fe en el derecho que le asistía. No sabía en absoluto ordenar, prohibir e
insistir. Era como si hubiese hecho voto de no levantar nunca la voz ni emplear
el imperativo.
Y hasta en algún momento conformista como vemos cuando
regresa de Varsovia, lo cual reflejaba también la vida de Chéjov; la falta de
dinero: “Mijaíl Averiánich tenía al doctor por una persona honrada y noble,
pero, a pesar de todo, sospechaba que, por lo menos, dispondría de un capital
de veinte mil rublos. Ahora, al saber que era un mendigo, que no tenía nada
para vivir, rompió a llorar y abrazó a su amigo”.
Dichas citas no escapan de la realidad en la que
nuestro autor estaba inmerso, según sus propias palabras: “¿Para qué escribir -insiste-,
si uno no puede solucionar los problemas principales? La vida concebida sin
determinada visión del mundo, no es vida, sino una carga, un horror”.
Entregóse el doctor a reflexionar y cada vez más
apartóse de la realidad. Después de una vida monótona regresa al hospital y entra casualmente a la
sala número seis que era el pabellón de los enfermos mentales. Causóle gran extrañeza
uno de ellos, Iván Dmítrich Grómov que padecía de manía persecutoria; hombre de
apariencia lunática pero en el interior
de un pensamiento cuerdo más que el de cualquier gente de salud mental
favorable. Haya en él la mejor simpatía y acaso la única persona que le supo
entender, ironías de la vida.
Pero la pugna filosófica entre estos personajes se ve reflejada en su dialogar; el doctor profesaba en comprender el sentido de la existencia o la aspiración al auténtico bien mientras que el loco combatía esta filosofía diciendo: “A nosotros nos tienen aquí entre rejas, nos podrimos, nos martirizan, pero eso es hermoso y racional, porque entre esta sala y un despacho templado y confortable no hay diferencia alguna”. Entonces el mundo exterior causa más miedo y asco que el cuarto sucio y nauseabundo rodeado de barrotes en el que está Iván Dmítrich y que a decir de un actor hindú, cuando le preguntaron por qué había entrado a la jaula de los leones y si estos no le había asustado, el pobre hombre no tuvo mejor respuesta: “ Sí, me asusté. Pero en este mundo hay algo que asusta más: la pobreza y el hambre”
Después de esta conversación acude más a menudo a
visitar a su amigo “el loco de la sala número seis”, entonces “Andrei Efímich empezó a advertir a su
alrededor una atmósfera de misterio. Los mozos, las enfermeras y los enfermos,
al tropezar con él, le miraban con aire interrogativo y luego se ponían a
cuchichear”.
Una vez dentro de la celda a la que fue llevado por
engaños: “¡Esa es la realidad!, pensó
Andrei Efímich, y sintió miedo.”; se
encuentra con Iván Dmítrich Grómov quien celebró su llegada: “Lo celebro mucho. Antes chupaba usted la
sangre de la gente y ahora le chuparán la suya ¡Magnífico!”.
Poco tiempo después apareció Nikita “El loquero” para
restablecer el orden, asestándole un certero puñetazo que le hundió en el
rostro a Efímich, con esto sintióse en ese golpe de mano cerrada, cual comba,
retumbar en su cerebro toda la resaca de
esos veinte años de sufrimiento vivido
por esos desvalidos mentales. En efecto el golpe fue tan fuerte, que se le removieron hasta los recuerdos.
Al siguiente día moría de un ataque de apoplejía. Era el terminar de una concepción de un mundo superficial. Por eso no es casual el fiel reflejo de la realidad de una sociedad a la que Chéjov estuvo inmerso y de alguna u otra forma plasma a través de la vida de Andrei Efímich, Iván Dmítrich y Nikita. Y que a decir de este último representó la estocada final a una sociedad agonizante.
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