LA MÍTICA ENTREVISTA A FAULKNER POR MANUEL JESÚS ORBEGOZO

 

UNO DE LA “GENERACIÓN PERDIDA”  

De “cabeza de Chihuanco” calificó José Sabogal a William Faulkner, después de largo rato en que el gran pintor nacional trató de encontrarle un parecido ornitológico a tan eminente escritor. Se lo dijo en voz baja, tan baja que yo fui el único que lo oí. Si Faulkner lo hubiera oído, seguramente no se habría molestado, porque Faulkner tiene un alto concepto de la Libertad de expresión y de las bromas. Después, Sabogal amplió su filiación. Dijo que la cabeza de Faulkner pequeña, de ojos vivaces, pero poderosos, longeva, aguda, parecía la cabeza de un ave audaz. La idea patrocinada por el maestro pintor, fue aprobada por unanimidad.

CONFERENCIA DE PRENSA Y DE LA OTRA

Ese día, William Faulkner se encontraba de paso a Sao Paulo. Iba a participar en el Congreso de Escritores al que acudía como invitado de honor. La conferencia de prensa fue a las cuatro, en el Hotel Bolívar, donde Faulkner tuvo que afrontar a tanto flash como preguntas le hicieron los periodistas.

“The public affairs Officer of the United States Information Service”, había invitado a un “informal gathering and small cocktail”, que debía realizarse también en el Hotel Bolívar, a las siete de la noche. A esa hora todos soltaban los moscardones de su conversación en torno a la obra del discutido escritor. Aquí, profanaban el Santuario, allá, alababan Absalón, Absalón. Allí, daban jaque mate a “Gambito de Caballo”.

Faulkner ¿dijimos ya que tienes gran sentido del humor? Se burló de ese refrancito sajón de “time is money”, porque él llegó a las 7:20 de la noche. Lo curioso es que nadie advirtió su ingreso. Parecía un hombre más de los tantos extranjeros que equivocadamente se meten a donde no los llaman. Vestía de gris, corbata michi y cabellera de invierno riguroso.

BELLÍSIMAMENTE

Faulkner en su asiento central no se sabía si era el juez. Dunkenfield o algún atormentado asesino de sus novelas. Fumaba en pipa y parecía salir el humo de una chimenea de casita rural.

Las flechas del interrogatorio comenzaron a venir de la izquierda. Preguntas con punta y romas. Preguntas a quemarropa a las que Faulkner contestaba con pasmosa inmutabilidad. A veces, hacía un gesto que le obligaba a formar una serie de arruguitas en las comisuras de sus ojos que como afluentes iban a desembocar a una gran “pata de gallo” que le daba mayor exquisitez a su mirada de inquisidor.

Hablando en el Calvario, y esto sin ofender a nadie Faulkner era el Cristo. Los traductores de los lados eran Carlos E. Zavaleta y Oswaldo Brown Prado. Más a la periferia estaba la bella secretaria norteamericana Patricia Sloan, quien lucía una sortija y un cuello de divina orfebrería. Ojos bellísimos, boca de seducción. Bella, bellísimamente descortés, porque cuando me encontraba abismado escuchando al escritor norteamericano, ella me halo con una señal finísimamente, como con hilo de carrete:

—¿Quién es usted?

—Periodista, señorita.

—La conferencia de prensa terminó a las cuatro. Esta es una reunion de intelectuales.

Hice mutis de su presencia, pero no de la reunión.

Cometí el pecado de no hacerle caso, a despecho de la vergüenza que pasé de verme desalojado diplomáticamente. Como en una noria comencé a moler a cada momento la palabra relacionada con la intelectualidad. ¿Intelectuales? Aparte de cuatro o cinco, ¿cuáles eran los intelectuales que asistían a la reunión?  ¿Es que la señorita Sloan ignora el movimiento intelectual de mi país?

“TRADUCE, PUES, TRADUCE”

Los que servían de intérpretes en la reunión eran el novelista Carlos E. Zavaleta, propugnador de Faulkner y Oswaldo Brown Prado. Faulkner estaba a merced de dos lenguas que, en sentido directo, eran diestra la una y siniestra la otra. Zavaleta traducía a los pocos asistentes la conversación de Faulkner. Brown Prado, no. Por eso en un momento, Zavaleta le dijo al otro traductor:

—Traduce, pues, traduce…

Instantes después, ante un descuido de Zavaleta que acaparó la conversación. Brown se cobró cuando dirigiéndose a Zavaleta le dijo:

—Traduce, pues, traduce… ante el regocijo de su propio corazón.

ARTE SOCIAL

En la conferencia de prensa, Faulkner dio respuesta una serie de preguntas con gigantesca habilidad, con ingenio, con sutileza. Se le preguntó desde si era comunista (-No, soy demócrata como todos los de Mississippi), hasta si es cierto que usted bebe mucho (-Sí, bebo, gracias), conversación que apareció en todos los diarios. Lo que se olvidaron de consignar fue su respuesta sobre si el arte debe ser social o no.

—No—contestó, en efecto, Faulkner- su principal misión es crear algo emocionante y bello, es presentar algo que antes no se conocía. Lo social o mensaje es puramente incidental.

Allá él.

LOS POETAS “TOUGH”

—¿Cree que Ezra Pound ha hecho algo por la poesía norteamericana? —recuerdo que se le preguntó.

—No –fue su respuesta—. Creo que Ezra Pound sólo ha hecho algo por la poesía de Ezra Pound.

—¿Cuál es su opinión sobre la poesía actual de los Estados Unidos?

—Es mala. Este tiempo no es propicio para la poesía.

Ezra Pound se refirió a una clase de poetas “tough”, que pueden enfrentarse a esta época y hacer poesía.

—La mayoría de los poetas está escribiendo en prosa—dijo.

 

FAULKNER NO ES HOMBRE DE LETRAS

—¿Qué opina sobre el artículo que apareció en “life” sobre usted, Mr. Faulkner?

—No lo he leído.

(El que menos murmuró con los ojos. El que menos pensó en la pedantería, la modestia, la ficción, la mentira o la realidad).

—¿Cómo, Mr. Faulkner?

—Tengo otras cosas más interesantes que leer.

Faulkner contestaba a contrabote, lentamente, pero sin titubear, fumando su pipa y mirando profundamente. Sin cambiar su posición de sentado, cruzada su pierna corta sobre el lado derecho.

—Cuando los críticos escriben mal de usted, ¿Qué hace?

—Nunca me han importado los críticos. Yo no soy hombre de letras, soy un campesino.

 

LOS NORTEAMERICANOS NO PIENSAN

Mientras discutían acaloradamente Cristina Gálvez y una señora gorda de salud, sobre un problema de arte, Faulkner confesaba que él no usaba máquina de escribir. Sus artículos los hacía a mano.

Luego se le preguntó:

—¿Menken ha influenciado en el pensar del pueblo norteamericano?

—No, porque el pueblo norteamericano no piensa. Ellos son buenos, quieren contribuir al progreso de los otros pueblos, pero sólo saber regalar y regalar. Son incapaces de pensar.

—Sí, saltan sobre el pensar como sobre las vallas y se arrojan desmesuradamente a actuar, al dinamismo. El pueblo peruano o el brasileño piensa más.

—¿Y la mujer?

—Siempre fuma –advirtió graciosamente el ilustre visitante que en ese instante fue asediado por la mirada de protesta de la bella Miss Sloan.

 

DETESTO LA DISCRIMINACIÓN

Un intelectual, émulo de Martín Adán en el sentido de que aquel también bebe, le interrogó:

—¿Cuál es, en realidad, su propuesta para que termine para siempre la discriminación racial que sufren los negros en el Sur de su país?

—Propongo que los estados del Sur se gobiernen solos, que no soporten la intervención del Gobierno Federal.

Y calló. Por su mente probablemente pasaban en cinematográficas formas los recuerdos de “expiación” de los hombres de brea. También a nosotros nos pasaba lo mismo, fuimos capaces hasta de repetir los versos de Stephen Vincet Benet:

Y en todas partes

una tierra negra se estremece, un viento sopla sobre la tierra negra 

Un viento sopla en caras negras, contra manos rugosas, contraídas sobre el azadón, anudadas con reumatismo, en espaldas ancianas que se curvan sobre el algodón. 

El viento de frescura, el viento de júbilo.

pero nos arrepentimos.

Por último, hubo una pregunta necesaria y definitiva:

—¿Qué piensa sobre la discriminación?

—La detesto.

 

CIRO ALEGRÍA

Mientras salía de un cargamontón que le habían hecho los asistentes sobre los hombres de su generación, de la famosa “Generación Perdida”, se le preguntó si cuando él escribe piensa en el lector. Dijo que no.

—Yo soy mi único lector…

Se le preguntó si había leído “Ulises” antes de escribir su libro “Santuario”, con el cual hay similitud. Dijo que no.

Cuando le pregunté si había leído a Ciro Alegría, también dijo que no. (Otros ojos se expandieron de admiración por su incultura que poco a poco se refrescó, cuando pensamos muchos que a los mejor Ciro Alegría tampoco ha leído a Faulkner).

 

LA GUERRA

—¿La humanidad de hoy ha mejorado, Mr. Faulkner?

—Sí, notablemente, en relación con la de hace cien años.

Ahora hay que soportar más frío y hay buenos libros por 25 centavos. Sólo las estupideces, la ambición, la locura, y las tonterías continúan.

Recordando su estadía en Europa, exactamente después de la primera y segunda imbecilidad humana, se le preguntó:

—¿Qué diferencia notó usted entre la Europa de 1914 y la de 1947?

—Exactamente la de una guerra –respondió sutilmente.

Al inquirírsele si pensaba que la guerra estaba destinada a desaparecer, el notable escritor manifestó que no.

 

SU ABUELO IGNORANTE

Cuando Faulkner contó que su abuelo tomó parte activa en la guerra de Secesión de los Estados Unidos, alguien le preguntó:

—¿Cómo, su abuelo no fue escritor?

—No—contestó violentamente Faulkner —Mi abuelo fue un ignorante.

 

ZAVALETA, EL PROPUGNADOR

Zavaleta, que ese día llevaba consigo dos ejemplares de “La Batalla”, que todavía estaban frescos de tinta imprenta, y que días antes me dijera que Faulkner sólo tenía el valor de ser un revolucionario y un artífice de la técnica, se alejó del eminente escritor, lo suficiente como para acercarnos hasta la oreja menuda de Faulkner para decirle:

—Usted sabe, Mr. Faulkner, que quien está a su lado propugnador, luego volvió para contestarnos sonriendo:

—Sí lo sé; esta mañana hemos discutido bastante.


DESAPARICIONES

Cerca ya de las nueve de la noche, la bella Patricia estaba desesperada por Faulkner. Faulkner, no. Parecía que él estaba contento. Total, no sé quién dio por terminada la reunión. Faulkner desapareció del escenario sin despedirse.

También desaparecieron de la mesita dos libros de Faulkner pertenecientes a Zavaleta, que llevó toda la bibliografía para darle ambiente a la reunión. Zavaleta se echó a jugar a la gallina ciega buscando sus libros. Dos eran los que le faltaban. (El otro, no sé quién se lo llevó).

 

Revista. CULTURA PERUANA.

 

Referencia bibliográfica:

Orbegozo, Manuel Jesús. (1989). ENTREVISTAS, Hombres y Hechos del Mundo. Lluvia Editores.

 

MANUEL JESÚS ORBEGOZO (Otuzco, La Libertad, Perú, 1923) Periodista. Premio Nacional de Periodismo “Antonio Miró Quesada”. Ha realizado entrevistas y reporteados hechos a nivel nacional e internacional a lo largo de sus 40 años de vida profesional. Ha dado nueve vueltas al mundo en misión informativa. Entre los intelectuales que ha entrevistado figuran: William Faulkner (Premio Nobel 1949) Ernest Hemingway (Premio Nobel 1954), Pablo Neruda (Premio Nobel 1971), Gabriel García Márquez (Premio Nobel 1982), Camilo José Cela (Premio Nobel 1989), Giussepi Ungaretti, José María Arguedas, Juan Rulfo, Rómulo Gallegos, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, entre otros. Manuel Jesús Orbegozo trabajó en La Crónica, expreso y desde 1961 en El Comercio como jefe de Redacción del Suplemento Dominical. Desde hace 20 años, es profesor de Periodismo en la Universidad Nacional mayor de San Marcos. Murió el 12 de setiembre de 2011.



 

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