POSDATAS – JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

 

Epílogo

Santiago de Chile, 29 de agosto de 1969

(Corregido y reafirmado a mi vuelta, en Lima, el 5 de noviembre)

Señor

don Gonzalo Losada

Buenos Aires

Querido don Gonzalo:

 

Uno de estos días me voy definitivamente a Lima. Esta carta se la entregarán junto con el “¿Último Diario?” de los “Zorros”, documento que acaso pueda, como pretende, aliviar la novela de su verdadero, aunque parcial truncamiento. Tendencias y personajes ya definidos —el proyecto era amarrar y atizar en la Segunda Parte— y símbolos apenas esbozados que empezaban a mostrar su entraña han quedado detenidos. Así los capítulos de la Primera Parte y los episodios de la Segunda, llegan, creo, a formar una novela algo inconexa que contiene el germen de otra más vasta. Veo ahora que los Diarios fueron impulsados por la progresión de la muerte.

¿Se acuerda usted que le escribí —me parece que fue en junio— anunciándole que en dos o tres meses más concluiría el primer borrador de los Hervores que me faltaban de la Segunda Parte? Si hubiera podido seguir trabajando al ritmo con que lo hacía entonces quizá lo habría conseguido. Pero me cayó un repentino huayco que enterró el camino y no pude levantar, por mucho que hice, el lodo y las piedras que forman esas avalanchas que son más pesadas cuando caen dentro del pecho. Quiero dejar constancia que el huayco fue repentino, pero no completamente inesperado. Hace muchos años que mi ánimo funciona como los caminos que van de la costa a la sierra peruana, subiendo por abismos y laderas geológicamente aún inestables. ¿Quién puede saber qué día o qué noche ha de caer un huayco o un derrumbe seco sobre esos caminos? La novela ha quedado, pues, lo repito, no creo que absolutamente trunca sino contenida, un cuerpo medio ciego y deforme pero que acaso sea capaz de andar.

Allí están, por ejemplo, cuatro hombres indo–hablantes que por la diferencia de sus orígenes y destinos se expresan y llegan a ser en la ciudad puerto industrial (ese retorcido pulpo fosforescente) distintos castellanos, aunque de procreación semejante; y se encaminan, claro, a puntos o estrellas unos más definidos que otros. Y andan a pasos de otra laya, cada uno. Y están, también, dos ciudadanos criollos, porteños, muy contrapuestos: “libre” el uno, Moncada; amancornado el otro, Chaucato. Así es... Y hay unos cuantos más, a medio hacer; aparte de los Zorros, sus andanzas y palabras. Unos símbolos, una trompeadura atajados en el momento en que ya todos empezaban a encenderse.

Por eso, si a juicio de sus asesores y de usted mismo, don Gonzalo, el relato aparece como insuficiente, deje a mi viuda que lo ofrezca a cualquier editor peruano o de otro país. Yo no dudo del valor de algunos capítulos (he alcanzado a recomponer el primero en estos días) y de la importancia documental del conjunto.

No puedo aventurar un juicio definitivo, tengo dudas y entusiasmos. Ha sido escrito a sobresaltos en una verdadera lucha —a medias triunfal— contra la muerte. Yo no voy a sobrevivir al libro. Como estoy seguro que mis facultades y armas de creador, profesor, estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi nulas y sólo me quedan las que me relegarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable lucha que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes, no me sería posible tolerar ese destino. O actor, como he sido desde que ingresé a la escuela secundaria, hace cuarentitrés años, o nada.

De usted he recibido, con motivo del proyecto de redacción de los “Zorros” y mientras escribía el libro, las más nobles, las más generosas cartas. Le estoy agradecido, y teniendo en cuenta su buena voluntad le hago un último pedido: una edición popular de Todas las sangres para el Perú y del relato sobre Chimbote, si alcanzara a tener demanda. Algún día los libros y todo lo útil no serán motivo de comercio lucrativo en ninguna parte. Yo sé que usted está de acuerdo, en el fondo, con esta conveniencia y que no ha sido el lucro el estímulo principal de su empresa de editor. Mi viuda estará absolutamente de acuerdo con el pedido que le hago. Ella tiene derecho sobre esos dos libros74. Además, si usted acepta “El zorro de arriba y el zorro de abajo” así como está y mantiene su decisión de disponer la edición inmediata, le pido insertar a manera de prólogo el breve discurso que pronuncié cuando me entregaron el premio Inca Garcilaso de la Vega, y que mi viuda, Sybila (acero y paloma) y mi amigo Emilio Adolfo Westphalen, se encarguen de revisar las pruebas y le aconsejen respecto de la edición. Emilio Adolfo es mi amigo desde 1933; no ha hecho concesiones interesadas nunca y creo que es el poeta y ensayista que más profundamente conocía y conoce la literatura occidental y quien muy severa y jubilosamente apreció y difundió la literatura peruana, oral y escrita, desde las revistas que ha dirigido y dirige. A él y al violinista Máximo Damián Huamani, de San Diego de Ishua, les dedico, temeroso, este lisiado y desigual relato. Debo al auxilio de la Dra. Lola Hoffman el haber escrito desde el II capítulo de Todas las sangres hasta la última línea de los Hervores.

Reciba usted un abrazo de despedida de su amigo,

José María Arguedas

 

P.D.: Dedicaré no sé cuántos días o semanas a encontrar una forma de irme bien de entre los vivos.

P.D.: (a mi vuelta de Lima). Obtuve en Chile un revólver calibre 22. Lo he probado. Funciona. Está bien. No será fácil elegir el día, hacerlo.

(*) Mi ex mujer, Celia Bustamante, tiene derecho sobre mis otras novelas y cuentos. Ella, su hermana Alicia y los amigos comunes me abrieron las puertas de la ciudad (Lima) o hicieron más fácil mi no tan profundo ingreso a ella y, con mi padre y los libros, el mejor entendimiento del castellano, la mitad del mundo. Y también con Celia y Alicia empezamos a quebrantar la muralla que cerraba Lima y la costa —la mente de los criollos todopoderosos, colonos de una mezcla bastante indefinible de España, Francia y los Estados Unidos y de los colonos de estos colonos— quebrantar la muralla que cerraba Lima y la costa a la música con milenios creada y perfeccionada por quechuas, aymaras y mestizos. Ahora el Zorro de Arriba empuja y hace cantar y bailar, él mismo, o está empezando a hacer danzar el mundo como lo hizo en la antigüedad la voz y la tinya de Huatyacuri, el héroe dios contra traza de mendigo.

 

José María Arguedas


Señor Rector de la

Universidad Agraria, Jóvenes estudiantes:

 

Les dejo un sobre que contiene documentos que explican las causas de la decisión que he tomado.

Profesores y estudiantes tenemos un vínculo común que no puede ser invalidado por negación unilateral de ninguno de nosotros. Este vínculo existe, incluso cuando se le niega: somos miembros de una corporación creada para la enseñanza superior y la investigación. Yo invoco ese vínculo o lo tomo en cuenta para hacer aquí algo considerado como atroz: el suicidio. Alumnos y profesores guardan conmigo un vínculo de tipo intelectual que se supone y se concibe debe ser generoso y no entrañable. De ese modo recibirán mi cuerpo como si él hubiera caído en un campo amigo, que le pertenece sin agudezas de sentimiento y con indulgencia este hecho.

Me acogerán en la Casa nuestra, atenderán mi cuerpo y lo acompañarán hasta el sitio en que deba quedar definitivamente. Este acto considerado atroz yo no lo puedo ni debo hacer en mi casa particular. Mi Casa de todas las edades es ésta: la UNIVERSIDAD. Todo cuanto he hecho mientras tuve energías pertenece al campo ilimitado de la Universidad y, sobre todo, el desinterés, la devoción por el Perú y el ser humano que me impulsaron a trabajar. Nombro por única vez este argumento. Lo hago para que me dispensen y me acompañen sin congoja ninguna sino con la mayor fe posible en nuestro país y su gente, en la Universidad que estoy seguro anima nuestras pasiones, pero sobre todo nuestra decisión de trabajar por la liberación de las limitaciones artificiales que impiden aún el libre vuelo de la capacidad humana, especialmente la del hombre peruano.

Creo haber cumplido mis obligaciones con cierto sentido de responsabilidad, ya como empleado, como funcionario, docente y como escritor. Me retiro ahora porque siento, he comprobado que ya no tengo energía e iluminación para seguir trabajando, es decir, para justificar la vida. Con el acrecentamiento de la edad y el prestigio las responsabilidades, la importancia de estas responsabilidades crecen y si el fuego del ánimo no se mantiene y la lúcidez empieza, por el contrario, a debilitarse, creo personalmente que no hay otro camino que elegir, honestamente que el retiro. Y muchos, ojalá todos los colegas y alumnos, justifiquen y comprendan que para algunos el retiro a la casa, es peor que la muerte.

He dedicado este mes de noviembre a calcular mis fuerzas para descubrir si las dos últimas tareas que comprometían mi vida podían ser realizadas dado el agotamiento que padezco desde hace algunos años. No. No tengo fuerzas para dirigir la recopilación de la literatura oral quechua ni menos para emprenderla, pero con el Dr. Valle Riestra, Director de Investigaciones, se convino en que esa tarea la podía realizar conforme al plan que he presentado. Voy a escribir a la Editorial Einaudi de Turín, que aceptó mi propuesta de editar un volumen de 600 páginas de mitos y narraciones quechuas. Nuestra Universidad puede emprender y cumplir esta urgente y casi agónica tarea. Lo puede hacer si contrata, primero, con mi sueldo que ha de quedar disponible y está en el presupuesto, a Alejandro Ortiz Rescaniere, mi exdiscípulo y alumno distinguido de Lévi–Strauss durante cuatro años y lo nombra después. Él se ha preparado lo más seriamente que es posible para este trabajo y puede formar, con el Dr. Alfredo Torero, un equipo del más alto nivel. Creo que la Editorial Einaudi aceptará mi sustitución por este equipo que representaría a la Universidad. En cuanto a lo demás está expuesto en mi carta a Losada y en el “Último Diario” de mi casi inconclusa novela El Zorro de arriba y el zorro de abajo. Documentos que acompaño a este manuscrito.

Declaro haber sido tratado con generosidad en la Universidad Agraria y lamento que haya sido la institución a la que más limitadamente he servido, por ajenas circunstancias. Aquí, en la Agraria, fui miembro de un Consejo de Facultad y pude comprobar cuán fecunda y necesaria es la intervención de los alumnos en el gobierno de la Universidad. Fui testigo de cómo delegados estudiantes fanatizados y algo brutales fueron siendo ganados por el sentido común y el espíritu universitario cuando los profesores en lugar de reaccionar sólo con la indignación lo hacían con la mayor serenidad, energía e inteligencia. Yo no tengo ya, desventuradamente, experiencia personal sobre lo ocurrido durante los trece meses últimos que he estado ausente, pero creo que acaso los cambios no hayan sido tan radicales. Espero, creo, que la Universidad no será destruida jamás; que de la actual crisis se alzará más perfeccionada y con mayor lucidez y energía para cumplir su misión.

Las crisis se resuelven mejorando la salud de los vivientes y nunca antes la Universidad ha representado más ni tan profundamente la vida del Perú. Un pueblo no es mortal, y el Perú es un cuerpo cargado de poderosa sabia ardiente de vida, impaciente por realizarse; la Universidad debe orientarla con lucidez, “sin rabia”, como habría dicho Inkarri y los estudiantes no están atacados de rabia en ninguna parte, sino de generosidad impaciente, y los maestros verdaderos obran con generosidad sabia y paciente. ¡La rabia no!

Dispensadme estas póstumas reflexiones. He vivido atento a los latidos de nuestro país. Dispensadme que haya elegido esta Casa para pasar, algo desagradablemente, a la cesantía. Y, si es posible, acompañadme en armonía de fuerzas que, por muy contrarias que sean, en la Universidad y acaso sólo en ella, pueden alimentar el conocimiento.

La Molina, 27 de noviembre de 1969.

 

Al Rector y alumnos

[Nota aparte]

Si a pesar de la forma en que muero ha de haber ceremonia, y discursos, les ruego no tomar en cuenta el pedido que hago en el “Último Diario” con respecto a los músicos, mis amigos, Jaime, Durand o Damián Huamani, pero sí el de Alberto Escobar. Es el profesor universitario a quien más quiero y admiro, él y Alfredo Torero. Anhelaría que Escobar leyera el “Último Diario”. Digo que no se tome en cuenta lo de los músicos no por otra razón que los inconvenientes de cualquier índole que puede haber. Además, ese “Diario” es más que un pedido expresión final de anhelos y pensamientos. También, sí, confirmo mi deseo de que, si han de haber discursos que sea un estudiante de La Molina. Dispensadme.

J.M.A.

 

Espero que mi esposa Sybila Arredondo no tenga inconveniente en cobrar lo que me corresponda de haber por este mes. Ha de necesitarlo.

J.M.A.

 

28 de Nov. 1969

Elijo este día porque no perturbará tanto la marcha de la Universidad. Creo que la matrícula habrá concluido. A los amigos y autoridades acaso les hago perder el sábado y domingo, pero es de ellos y no de la U.

J.M.A.

Referencia bibliográfica:

Arguedas, José María. (1971). El zorro de arriba y el zorro de abajo. Losada.





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