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PRIMERA NOCHE: HISTORIA DEL MERCADER Y EL EFRIT

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Schehrazada dijo: He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo: "Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo". El mercader repuso: "¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit: "Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader: "Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me con

POSDATAS – JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

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  Epílogo Santiago de Chile, 29 de agosto de 1969 (Corregido y reafirmado a mi vuelta, en Lima, el 5 de noviembre) Señor don Gonzalo Losada Buenos Aires Querido don Gonzalo:   Uno de estos días me voy definitivamente a Lima. Esta carta se la entregarán junto con el “¿Último Diario?” de los “Zorros”, documento que acaso pueda, como pretende, aliviar la novela de su verdadero, aunque parcial truncamiento. Tendencias y personajes ya definidos —el proyecto era amarrar y atizar en la Segunda Parte— y símbolos apenas esbozados que empezaban a mostrar su entraña han quedado detenidos. Así los capítulos de la Primera Parte y los episodios de la Segunda, llegan, creo, a formar una novela algo inconexa que contiene el germen de otra más vasta. Veo ahora que los Diarios fueron impulsados por la progresión de la muerte. ¿Se acuerda usted que le escribí —me parece que fue en junio— anunciándole que en dos o tres meses más concluiría el primer borrador de los Hervores que me faltab

La noche en que Frankenstein leyó el Quijote

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  ¿Leyó Frankenstein alguna vez el Quijote ? Vayamos paso a paso. Era el verano de 1816. Mary Shelley y su esposo, el también escritor Percy Bysshe Shelley, acudieron a Suiza, a una hermosa casa en las montañas que su amigo lord Byron tenía en aquel lugar. Allí disfrutaban todos los invitados de un maravilloso verano alpino henchido de bosques, valles y senderos por los que a menudo caminaban para ejercitarse, al tiempo que así admiraban los espectaculares paisajes de aquel territorio. Pero un día, en uno de esos frecuentes cambios meteorológicos propios de las zonas montañosas, las nubes taparon el sol y las lluvias interrumpieron sus excursiones. Y no sólo por una jornada o dos, sino que la lluvia pareció encontrarse cómoda entre aquellas laderas verdes y decidió instalarse por un largo período. Byron, el matrimonio Shelley y el resto de los invitados optaron entonces por reunirse a la luz de una hoguera que ardía en una gran chimenea de la casa en la que se habían instalado y allí

Hans Christian Andersen - "La vendedora de fósforos": Cuento y crítica.

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  La pequeña fosforera Hacía un frío horrible. Nevaba y comenzaba a oscurecer. Era la última noche del año, la noche de San Silvestre. En medio del frío y la oscuridad, una pobre pequeña con la cabeza descubierta y los pies descalzos recorría las calles; cierto es que al salir de casa llevaba zapatillas, pero ¡de poco le había servido! Eran unas zapatillas muy grandes, tanto que su madre había sido la última en utilizarlas, y la pequeña las había perdido al cruzar corriendo la calle cuando pasaban dos carruajes a galope tendido. Una de las zapatillas no apareció por ninguna parte y la otra se la llevó un chiquillo, que dijo que la usaría como cuando tuviera hijos. Así pues, la pequeña iba con los piececitos descalzos amoratados de frío. En un viejo delantal llevaba fósforos y sostenía un paquete en la mano. En todo el día nadie le había comprado, nadie le había dado una triste moneda, y, hambrienta y aterida de frío, caminaba con aspecto abrumado. ¡Pobre pequeña! Los copos de nieve