Entradas

LOS GOBIERNOS DEL PERÚ: UNA TRADICIÓN DE RICARDO PALMA

Imagen
Perdone Don Modesto de La Fuente; pero lo que él da en sus chispeantes capilladas como coloquio entre Santa Teresa y Cristo, se lo oí referir a mi abuela la tuerta como pasado entre Santa Rosa de Lima y el Rey de cielos y tierra. Fray Gerundio cuenta la escena con el aticismo que le es propio; mas no por eso he de privarme de contar, a mi manera, historieta que en mi tierra es tradicional. Si hay plagio en ello, como alguna vez se me dijo, decídalo el buen criterio del lector. Un día en que estaba el buen Dios dispuesto a prodigar mercedes, tuvo con él un coloquio Santa Rosa de Lima. Mi paisana, que al vuelo conoció la benévola disposición de ánimo del Señor, aprovechó la coyuntura para pedirle gracias, no para ella (que harta tuvo con nacer predestinada para los altares), sino para esta su patria. ―¡Señor! Haz que la benignidad del clima de mi tierra llegue a ser proverbial. ―Concedido, Rosa. No habrá en Lima exceso de calor ni de frío, lluvia ni tempestades. ―Ruégote, Señor, que haga

TRUENOS EN LIMA (1877): UNA TRADICIÓN DE RICARDO PALMA

Imagen
  El lunes 31 de diciembre de 1877, los habitantes de Lima gozaron de un espectáculo nuevo para la gente de la generación actual que no ha tenido oportunidad para salir fuera del radio de la ciudad. Desde las cuatro de la tarde empezó la atmósfera a cubrirse de espesas nubes, y a las cinco desprendióse sobre la ciudad una gruesa lluvia, acompañada de relámpagos, seguidos de la detonación de cuatro truenos. Para Lima, la población excepcional en donde la lluvia no pasa de una ligera garúa, la ciudad cuyo sereno cielo no ennegrece jamás la tempestad, era verdaderamente aterrador el espectáculo que ofrecía la naturaleza en la tarde del 31 de diciembre de 1877. El año se despedía de una manera siniestra. Con tal motivo, y para satisfacer la curiosidad de un periodista, compilamos los datos que contiene la siguiente carta: «Me pregunta usted, amigo mío, si entre las antiguallas que registro he encontrado noticia de que el fenómeno atmosférico del lunes se hubiera, en otra época, pre

CARTA DE MIGUEL DE UNAMUNO A RICARDO PALMA

Imagen
  El Rector de la Universidad de Salamanca —————— Particular   Salamanca, 29 de octubre de 1903 Mi estimado señor Palma: Conocía a usted por diversos escritos suyos -las Tradiciones Peruanas, en especial- y los estimaba mucho. Vea, pues, si me habrá sido bienvenida su obra de Papeletas lexicográficas. La anterrotula usted así: «dos mil setecientas voces que hacen falta el Diccionario»... ¡Si no fueran más! Me dedico, como tal vez sepa, desde hace años a la lingüística de los idiomas neo-latinos; explico en esta Universidad la cátedra de filología comparada del latín y castellano -que estaría mejor llamar Gramática histórica de la lengua española- y cada vez me arraigo más en mis convicciones en punta a lenguaje. Muchos extranjeros se lamentan de no encontrar un inventario de la lengua española, es decir, un registro de las voces todas usadas por escritores y por el pueblo en las distintas regiones. El pecado original de la Academia es aspirar a ser una autoridad que defin

TRES CUESTIONES HISTÓRICAS SOBRE PIZARRO: Una tradición de Ricardo Palma

Imagen
I   Variadísimas y contradictorias son las opiniones históricas sobre si Pizarro supo o no escribir, y cronistas sesudos y minuciosos aseveran que ni aun conoció la O por redonda. Así se ha generalizado la anécdota de que estando Atahualpa en la prisión de Cajamarca, uno de los soldados que lo custodiaban le escribió en la uña la palabra Dios. El prisionero mostraba lo escrito a cuantos lo visitaban, y hallando que todos, excepto Pizarro, acertaban a descifrar de corrido los signos, tuvo desde ese instante en menos al jefe de la conquista, y lo consideró inferior al último de los españoles. Deducen de aquí malignos o apasionados escritores que don Francisco se sintió lastimado en su amor propio y que por tan pueril quisquilla se vengó del inca haciéndolo degollar. Duro se nos hace creer que quien hombreándose con lo más granado de la nobleza española, pues alanceó toros en presencia de la reina doña Juana y de su corte, adquiriendo por su gallardía y destreza de picador fama tan

"Los incas ajedrecistas" (1532-1533) Una tradición de Ricardo Palma

Imagen
  I   Atahualpa   Al doctor Evaristo P. Duclos, insigne ajedrecista   Los moros, que durante siete siglos dominaron España, introdujeron en el país conquistado la afición al juego de ajedrez. Terminada la expulsión de los invasores por la católica reina Isabel, era de presumirse que con ellos desparecerían todos sus hábitos y distracciones; pero lejos de eso, entre los heroicos capitanes que en Granada aniquilaron el ultimo baluarte del islamismo, había echado hondas raíces el gusto por el tablero de las sesenta y cuatro casillas o escaques, como en heráldica se llaman. Pronto dejo de ser el ajedrez el juego favorito y exclusivo de los hombres de guerra, pues cundió entre las gentes de la Iglesia, abades, obispos, cónicos y frailes de campanillas. Así, cuando el descubrimiento y la conquista de América fueron realidad gloriosa para España, llego a ser como patente o pasaporte de cultura social para todo el que al Nuevo Mundo venia investido de cargo de importancia el verl

Alonso Quijano y los molinos de viento

Imagen
  CAPÍTULO VIII Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice [370] recordación   En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: —La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. —¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza. —Aquellos que allí ves —respondió su amo— de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. —Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento,